martes, 24 de enero de 2012

Por todo el amor que le tengo a la televisión...

¿Es cierto, tiene nombre?

Combustión inevitable, sentarme en letargo por más de una cronología segura; sacramento típico del hombre atolondrado en su sala o comedor. Energúmeno de la cuasi realidad, ignorante de aquella estrofa que cantaba victoriosa la agreste era de la libertad.

¿Eso tiene nombre?

Aligera su propia mórbida y polígona obesidad gracias al coloquio cómico, sentimental y atrayente del joven proletario; ese que le causa el total drenado de su chip de memoria integrado, fin de la sinapsis por pasársela bien engarrotado.

¿Enserio eso tiene nombre?

Poseedora de un frondoso tetaje, sin duda, pero de engañosa providencia resulta. Su lactancia es venenosa, encendedor mecánico del líbido de los solitarios "emprendedores" sin fortuna.

¿Ya quedó claro?

No le agrado y me señala: liberal-iluso-radical-idiota; un adjetivo demasiado prologando si consideramos lo raquítico de mi edad. Otórgueme las preseas que me merezca, más me vale morir en beneficio de mis convicciones, mi decoro impúdicamente cimentado, que por pavoroso aullido a causa de levantar su dedo, aquel con tan vulgar "manicurado".

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