martes, 17 de abril de 2012

Carla Morrison: Cómo cantarle al amor en tiempo de narcos y feminicidios.


En este mundo tan satanizado, lleno de sádicas muertes anunciadas por el presentador matutino en  los telediarios, con crisis económicas que rebasan el tope de lo imaginable y una amenaza perpetua por parte de los traficantes de drogas; es difícil encontrar una historia que no hable sobre como nos  hallamos en inminente caída hacia el fin del mundo.

Si tomamos que la música de una cultura es el reflejo de su realidad, entonces los mexicanos sí que estamos bien perdidos, con ídolos adolescentes vacíos sin más gracia que una asombrosa sonrisa de comercial, algún cantautor con más proteína que talento en su rostro y el presuntuoso grupo de rock que siente que ni el suelo lo merece; el panorama musical nacional no se ve con muchos ánimos de progresar.

Dentro del imaginario actual de la música alternativa (que no es muy alternativa en realidad), se congregan cada vez más un sinnúmero de agrupaciones y artistas con propuestas que apelan al minimalismo y que parecen salidos de algún sueño cursilero, propio de un cantante pseudo - folklorista con grandes anteojos de Ray Ban; como ejemplo claro, Carla Morrison.

Esta jovencita, oriunda de Baja California, comenzó a despuntar en 2010 al ser incluida en la banda sonora de la exitosa serie televisiva Soy Tu Fan. De ahí en adelante, el boca en boca la despegó al estrellato (sin contar el hecho de ser recibida con los brazos abiertos en el club de las amiguitas de Julieta Venegas), pasando de ser una joyita de la música independiente, a la cantante de moda de la muchachita fresa que lo mismo escucha a Coldplay que a Lady Gaga.



Su música se define de manera muy básica: Una chica que canta al amor. Con melodías excesivamente dulces y sonidos muy orgánicos, ella se acerca a las reflexiones del corazón; desde la dicha de encontrar al gran amor, pasando por el sencillo valor del vivir, hasta el lamento profundo de un alma rota. Con tan endeble descripción, uno dudaría sobre la veracidad de su propuesta, una premisa que peca de simplista y poco original. Sin embargo, la mayoría de los críticos reconocidos le han otorgado sólo las más altas preseas, no haciendo más que enaltecer su figura mediática…  pero, ¿Por qué?

He de admitir que por mucho tiempo, yo mismo tuve mis propias reservas. La primera vez que presencié su acto en vivo, fue dentro del marco del Festival Vive Latino, allá en  2011. No sé bien que ocurrió esa noche; si fue la demencia incontenible de los asistentes, los gritos alocados de las muchachitas que no me permitían escuchar el tenue canto de la artista o simplemente el poco dinamismo que Carla poseía sobre el escenario, lo único de lo que sí estaba seguro es que acaba de ser testigo de una de las peores presentaciones que había visto en mi vida.



Decidí darle una segunda oportunidad (a lo mejor lo suyo no eran los conciertos en vivo), adquirí sus piezas de estudio decidido a encontrar la chispa que me hiciera enamorarme de ella. Por desgracia, ninguno de sus álbumes me impresionó y, por el contrario, terminé cansado, con mucho sueño y unas irrefrenables ganas de pedir de vuelta mi dinero. Y no es el hecho de que sus canciones no me gustaran, pero su estilo era tan melódico y armonioso, casi monótono (con arreglos de uno o dos acordes), que a la tercer pista ya aburrían.

Pasé largo tiempo despotricando un sin fin de insultos en su contra, hastiado de que el mundo entero se rindiera a los pies de sus cursis palabrerías. Su expresión me sacaba de quicio, si es que la música suponía ser el reflejo de la realidad ¿Dónde estaba esa realidad? Su natal Baja California es uno de los estados con mayor inseguridad en el país, lleno de feminicidios y crímenes sexuales ¿Dónde estaba esa realidad en sus canciones? Para mi, sus versos no eran más que hipocresía, un bonito melodrama en favor de la amnesia colectiva.

Hace unas cuantas semanas, tuve ocasión de volverla a ver en vivo, pero bajo otras circunstancias. Me encontraba en un lugar privilegiado, que si bien no era exclusivo (la gente todavía podía empujarme), me permitía una vista de lo más deleitante. Comencé el concierto, sin mucho ánimo en realidad, hasta que de pronto, llegó a mí una imagen que me consternó: Carla en el escenario, alumbrada por una ténue luz azul, tomó su guitarra para interpretar el nuevo sencillo Déjenme llorar, incluído en su último material discográfico del mismo nombre. Ya para el final de la pieza, su voz se quebró y la cantante rompió en llanto. Fue allí  cuando me llegó, cual golpe de microbús en quincena, una epifanía: Su música, ella, todo era real.


Para entender la música de la Morrison, hay que tener bien en claro una cosa: ella no reconstruye realidades, sino que se construye en si misma. Bien podría aventarse versos interminables sobre la violencia en las calles y la podredumbre de la sociedad, también podría cantar sobre sus aficiones sexuales (ya saben, muy al estilo Rihanna) o simplemente vestirse con un traje de burbujas y bailar impúdicamente enfrente de una cámara (Perdón ¿Gaga quién?); pero sencillamente no sería real, no estaría siendo ella. Carla es lo que canta; un alma enamorada, una celebración a la vida, una mujer en toda la extensión de la palabra. Ella no traiciona a sus principios ni a su patria, si no habla de narcos y feminicidios es porque no le halla el sentido; su música supone una lucha contra toda esa violencia, un recuerdo de que el amor existe y  puede hallarse hasta en el panorama más desolado. Carla Morrison, algo así como El amor en los tiempos del cólera, pero a la narco-mexicana




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