jueves, 13 de octubre de 2011

Cuando Me abandoné a mi mismo por una jauría de perros...


Cuando él sale a caminar, yo nunca lo acompaño
Me invade el terror de los altos
La ignominiosa figura del recuerdo, que como cada año,
devora mis entrañas sin considerar extemporáneos.

¿En qué momento empezaste a caminar con los perros?

 Tu caliginoso aliento solía humectar mi rostro cada madrugada, mientras juntos en aquel lecho delator, nos entregábamos en colinas de inequívoca pasión.

Conforme el pasado se ensombrece, busco tu filosa herramienta en mi pesadez tartamuda. Finges estar aquí, pero estás junto a ellos; te ofrecen la valía que yo no pude darte, el punzante y rosáceo clamor que siempre reclamaste.

El universo es tan diminuto y resiente tu partida, pues las dudas de la monadología resultan lo suficientemente vagas para ignorarlas. Leo a Jesús y su reinterpretación por Satán me obliga a caer en el hondo vacío de la existencia vacua, indiferencia no es mejor que la nada…

Envidio los florísticos cuerpos que te adornan, como quisiera que mis cabellos adquiriesen aquellas tonalidades tan misteriosas o al menos flotasen en la inmediación de la seguridad introvertida, el fruto de mi fe mentida.

Conversando con un alcohólico, hallo tu cuerpo obsequioso por la luna y al tropezar con la prostituta, recuerdo la sencillez de tu sonrisa ¿Es acaso lo que busco? Nunca dejaste a las pequeñas formas desistir, esa fue tu mayor indiscreción y es ahora, ya como sobrenatural, que tu existencia se proyecta, únicamente, desencantada por mi trágica autenticidad.

Yo gano… creo.


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