lunes, 3 de octubre de 2011

Nunca he visto un Ovni.


Debo de reconocer que, cuando me hallaba en mis años de inocencia, solía hojear por horas aquellos libros pseudo-científicos  que me afirmaban con todo empeño que los dragones existían. De hecho, en mi infancia me acercaba todas las tardes a mi padre y le exclamaba con acerosa valía: “De grande, voy a ser criptozoólogo”.
Obviamente, los años me han discurrido a tomar como vocación las críticas lascivas contra la sociedad “del corazón”, un camino algo alejando de las investigaciones del ocultismo.

Mas ahora, me resulta curioso que a la gente le extrañe tanto mi falta de experiencias extranormales, pues cada que se reúnen los sequitos sociales y el alcohol sube de tono, todos terminan por soltar sus lenguas acerca de las vivencias en el mundo inmaterial.

 Aún me resultan inverosímiles aquellos rostros resquebrajados por la sorpresa de mis respuestas, una en especial: “Nunca he visto un Ovni”, acto seguido, confluyen los reclamos y exaltaciones naturales, para mí soporíferas convergencias de lo desconocido.
 
Incluso mi propio padre, no concibe la idea de mi indiferencia abismal con respecto a los misterios de lo “oculto”. Todos los domingos que arribo a casa debo de sobrellevar, durante casi una hora, a la “mística”  figura del señor  Jaime Maussan vociferando sobre los últimos detalles del fenómeno ovni u otro hecho que involucre lo paranormal.



 Sí, lo admito, mi imaginación está plagada de aquellos seres absurdos que crean un submundo sumamente relevante y a quienes dedico casi todas mis poéticas hazañas; pero eso no significa que pase mi vida aunado a esperanzas imposibles, obligándome a creer que existe algo más allá afuera. Con mi religión, basta y sobra. 

No necesito buscar pruebas de la existencia de infames seres místicos, simplemente lo sé. Existen en mi imaginación y en mi corazón, para mí  con eso basta para hacerlos reales.  NO, no vivo en un cuento de hadas (ni pretendo hacerlo), vivo en una novela de ciencia ficción.

Disculpen ustedes, si cuando contemplo el cielo nocturno, no me angustie por no hallar platillos voladores y me conforme con perderme en las  estrellas.


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