El sol es lúcido. Aquel oriundo hedor a cebolla inunda el atrio de la sensible cocinera, todo mientras en un pequeño monitor, colocado cómodamente en el centro, se observa a la caucásica personalidad de televisa sonreír vestida con un traje de holanes coloridos.
La incansable guerrera de la gastronomía casera, de pronto, se da cuenta que no ha comprado suficientes elementos para complementar la salsa y necesita de unas cuantas especias importadas. Se dispone a dejar la seguridad de su hogar, no sin antes ponerse aquella chaqueta japonesa y un poco de aquel perfume "francés" que adquirió de barata en la comer. Todo sea por satisfacer el exigente paladar de su cuantiosa familia.
Corre colina abajo, no hay demasiada gente en las calles a horas tan tempranas. Se apresura, el cielo se nubla y el miedo se apodera de sus piernas. Cae dando traspiés al suelo. A los lejos, se escucha el resquebrajar del metal y la salida de compras ya no parece tan buena idea.
Se acerca a las sombras, la toma por sorpresa y el duro casco de metal le paraliza una pierna. Le ata por ambas extremidades y cae de bruces en la tierra, suena el sonido de la “Independencia”. El vaquero la jala de sus negros cabellos, la designa prostituta y la arrastra hacía la lejanía. Ella grita, grito de libertad que se transforma en ahogo de sangre. Se envuelve en un saco afrancesado mientras su cuerpo, apenas con vida, retoza deslumbrante dentro de su nueva cubierta europea.
Un 15 de Septiembre casual, en una ciudad casual en el Norte de México.
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